PRESENTACIÓN

PRESENTACIÓN
Correr hacia el entramado subrepticio y ahondar. Urdir en la caladura profunda de las ventanas, coronar los tejados, conquistar las cornisas y diletar en los asfaltos. Entregar, ceder las vísceras, los sentidos y andar en auto, gemir en auto, chorrear intestinas causas motoras hacia un mismo lecho y no frenar. Mirar los rostros, el trazo, el vértice y desfigurar ubicuas las curvas. Inspirar el hedor, el solitario laberinto, el silencio fétido y los alcantarillados. Brotar en un río de estiércol, ungir de mierda las veredas y descreer de los zapatos. Marchar al cruce aglomerado y repentino de las esquinas y aguardar… amarillo… verde… la noche.

CONTENIDO POR TEMA

No hay dios sino Dios


Tardó unos cuantos años y un par de consejos en convencerse de que le era necesario ingresar a un taller literario; y su necesidad era  tan basta y generosa que excedía el mero ámbito intelectual, un retundo y ubicuo estancamiento parecía aletargarlo todo.

- Luego de leer el texto, escriban una introducción...  – dijo la coordinadora del taller.

“- ¡Sálvame! Encontré a la muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza...”

Ni bien comenzó la lectura buscó su referencia: “Anónimo persa, en antología del cuento fantástico, Borges, Ocampo y Bioy Casares...” Luego de unos segundos de contemplar el nombre de “Borges” estuvo seguro... ya había leído antes aquel relato.   

“Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche por milagro, quisiera estar en Ispahán...”

Él creía ser escritor, y en los cuestionamientos que se hacía sobre la naturaleza de ser un escritor reverberaba, sin lugar a duda, el nombre de Borges. Pensó en aquella colección sobre la vida del autor que adquiriera años atrás y, puntualmente, sobre su relación con el judaísmo y la cábala.  En un artículo denominado “La vindicación de la cábala”, había encontrado una de las ideas más trascendentales, al menos hasta ese momento, sobre el hecho de escribir. Aquello decía: “El libro sagrado (...) Señala Spengler, en aquel capitulo de su Der Untergang des Abenlendes,  consagrado a la cultura mágica, que un tipo de libro mágico sería el Corán. Ahora, ¿qué es el Corán? Para los Ulemas, para los doctores de la ley musulmana, no es un libro como los otros. Es un libro anterior a la lengua árabe; es decir, que no puede estudiarse históricamente o filológicamente, ya que es anterior a los árabes, es anterior a su lengua y es anterior al Universo. Y siquiera se admite que el Corán sea una obra de Dios (...) El Corán, para los musulmanes ortodoxos es un atributo de Dios, como su ira, su misericordia o su justicia (...) Y ahora llegamos a algo tan increíble como lo dicho hasta ahora. Algo que tiene que chocar a nuestra mentalidad occidental, pero que es mi deber referir. Cuando pensamos en las palabras, pensamos históricamente que las palabras fueron en un principio sonido y luego llegaron a ser letras. En cambio, en la Cábala se supone que las letras son anteriores (...) Es como si pensara que la escritura, contra toda experiencia, fue anterior a la dicción de las palabras. Y entonces no hay nada casual en la Escritura: todo tiene que ser determinado...”1

“... quisiera estar en Ispahán. El bondadoso príncipe le presta sus caballos...”

Al recordar a Borges y su análisis sobre las Escrituras, surgió en él cierto desencadenamiento de ideas; en particular una: la predeterminación.
En aquel momento volvió sobre algunos preceptos islámicos del Kalam, la teología musulmana, recordando que uno de los asuntos más tratados por el Kalam es si los actos humanos son realizados por propia voluntad o están predeterminados por Dios. En la escuela de Mutazila sostenían la libre voluntad humana, argumentando que la justicia era un rasgo necesario de cualquier definición de Dios y que, puesto que Dios debe ser justo, los seres humanos deben ser libres al elegir entre el bien y el mal. Otros, en cambio, argumentaban que este punto de vista concedía límites inaceptables al poder de Dios, y que la justicia no es una abstracción independiente de la voluntad divina.
     
“...El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte....”

La idea de un Dios omnipotente comenzó a rondar su mente, tanto así como aquellas lecturas de Borges que lo iniciaron  a los “libros sagrados”. Había cierto mensaje encriptado en todo aquel asunto, uno relacionado con la forma en que Dios se manifiesta a los hombres y la medida en que éstos son capaces de interpretar aquellas manifestaciones. Revisó en su análisis la idea de que Dios es para los musulmanes un ser no creado. Esto, pensaba,  implica que sus atributos no pueden ser diferentes a su esencia,  en otras palabras, si se hablaba de la justicia como atributo, no podía pensarse en que “Dios es justo”, debía pensarse en que “Dios es justicia”. Las implicaciones le parecieron extraordinarias, la idea del Corán como un atributo de Dios tomó otra significancia, una que volvía indiscriminable el Corán de Dios, en tanto es una manifestación del propio ser de Dios, y como éste, es igualmente no creado.

“... Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta: - Esta mañana, ¿por qué  hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?...”

Que el significado de algo se encuentre allí, de antemano a las palabras que le dan sonido, le pareció reminiscente de otras teorías, algunas no tan lejanas ni teológicas, unas más próximas a su construcción como escritor. Pensó, y luego de un momento, vino a él otro nombre... Saussure. Se volvió al estructuralismo y atendió aquellos preceptos que vinculan la Lengua y el habla, pero por sobre todo, pensó en aquel concepto de “signo lingüístico” que tanto debate le significara en algún momento, la entidad biplana del signo y su partición  como significante y significado.

“... - Esta mañana, ¿por qué  hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza? – No fue un gesto de amenaza – Le responde – sino un gesto de sorpresa...”

Quién sería capaz de descifrar el enigma en el que se encontraba. Recordó que tanto los Imanes, como los shaykhs musulmanes tienen un conocimiento infalible dado por Dios,  y por tanto se presumen infalibles en la interpretación del Corán. Pero él no era en absoluto un hombre santo y mucho menos alguien capaz de desentrañar un misterio prescripto.
 
“... – No fue un gesto de amenaza – Le responde – sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.”

Entonces entendió que aquel texto que llegaba a él por segunda vez, había aguardado el tiempo necesario para reinterpretarse en un sin fin de nuevos sentidos. ¿Puede por caso un escritor como Borges resignificarse infinitamente a través de sus intérpretes, pero más aún, puede ésto formar parte de una casualidad? Reflexionó sobre el libre albedrío que lo llevó primeramente a la lectura de Borges, y sobre el destino que lo reencontró con aquel cuento fantástico que tenía al frente. Pensó en la alternativa de que todo aquel asunto en su vida guardara un significado oculto. Entonces, releyó con mayor énfasis:

¡“ – ¡Sálvame! Encontré a la muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche por milagro, quisiera estar en Ispahán. El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:  – Esta mañana, ¿por qué  hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza? – No fue un gesto de amenaza – Le responde – sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.”! 2

El joven escritor tenía  la premisa de construir una introducción con el texto que se le presentaba, en aquel momento, y luego de reflexionar, escribió:

No soy libre de pensar que esto que leo sólo sea lo meramente escrito, estoy obligado a darle un sentido más trascendental, no obstante, ese sentido escapa a mi interpretación. Puedo decir en mi defensa que Dios está en todas las cosas y aquello que presume su subyacencia justifica todo lo escrito y todo lo dicho.

Al momento de tener que exponer tuvo dudas, miró inquieto la ansiedad que embargaba a sus compañeros... observó las manchas sobre el papel, que eran letras, que eran a su vez sílabas, que arrancaban a su intención fonemas, sonidos y entonces... prefirió callar.

Hay textos que son simplemente escrituras, y hay otros, consagrados de alguna manera, que no encuentran intérprete. Por mucho, él se había quedado sin palabras, y no era parte de su destino tenerlas entonces.


FIN

Reptiles y monos en la cabeza.


Recuerdo tener el suplemento cultural en mis manos. La primera reflexión que leí fue acerca del miedo y su naturaleza, hablaba sobre el desarrollo embrionario y de cómo ese desarrollo emulaba, en cierta medida, los estadios evolutivos por los cuales han atravesado los vertebrados hasta llegar a ser homínidos. Cabe decir que se trataba de una reflexión interesante desde lo psico-social, pues inspiraba, en primera instancia, una metáfora sobre las representaciones simbólicas del miedo, a razón de un ancestral temor a la depredación que ha ido tomando distintas formas a lo largo del proceso de socialización. Entonces, en el presente y según esta idea, las aprehensiones han seguido caminos menos concretos y más culturales a medida que los riesgos de ser devorados por “las bestias” han desaparecido.

Pensé en salir e ir a la casa de Irma. No tengo bien presente cual fue la motivación inicial de aquel paseo... si, si la tengo, fue el cuerpo de Irma. Diría que todas las justificaciones acaban inevitablemente en su pubis. Sin pretender ser lascivo, afirmaría que todos quienes la conocen tan íntimamente como yo concluirían la misma certeza. 

Unos colmillos cónicos, acerados en sus puntas, en doble hilera desde la raíz del maxilar. Pupilas elípticas y agudas escudriñando la vera de un río.

- ¿Qué miras en la Tele?
- Algo aburrido... mmm, creo que un documental de África.
- ¿Y desde cuándo ves esas cosas?
- Cuando empezaste a venir seguido.
- ¿Así que te estás volviendo inteligente por mí?
- No, más animal.

La observé durante unos segundos, tres o cuatro, entonces le di una bofetada.

- A ver ese animal, sácalo... sácalo, a ver qué pasa.
- Eres un infeliz.
- ¿Y tú mi mascota?   

Ella echó  a reír a carcajadas y después de la sorpresa yo también lo hice.

- ¡Bésame! – Me dijo. Entonces la tome por el cabello forzándola a esperar contenida que cayera algún beso mío sobre su boca, pero no la bese.  Mordí su cuello y la arrastre del brazo hasta la cama.

La segunda reflexión fue propia. Claro que tenía que ver con la primera, con las bestias que ya no rondan y en su metamorfosis incorpórea. Pero sobre todo en la presencia que aún mantienen. Me preguntaba cómo aquello que se transforma en idea, pasa finalmente a formar parte de quien la concibe. Por cada  triunfo obtenido sobre la naturaleza, debía cargar en consecuencia un nuevo monstruo enjaulado, esperando encontrar la forma de manifestarse.

 Cuando la tuve sobre la cama la miré fijamente, aterido.

 - ¿Qué ocurre mi amor? – Me dijo levantándose la falda... su pubis. Sonreí. Me atravesó un escalofrío medular y la abofeteé nuevamente.
-¡Imbécil! – Su labio sangraba. La solté y corrí hacia la puerta, creo que me siguió porque después de un portazo escuche insultos y otro portazo más. 

Un cuerpo cubierto de placas escamosas córneas y duras en forma de escudos, una cola comprimida lateralmente y el hocico, corto y ancho. Luego un  pequeño mono sediento a orillas de un río. En el momento que se alzan decena de dientes desde el lecho turbio, el pequeño mono huye.  

Pienso en ir a casa de Irma. No tengo bien presente que me motiva... ¡Maldita sea!... Espero que siga siendo su cuerpo.  

FIN

Sin Juicio (El exquisito mecanismo de una mente enferma)


Por un pasillo lóbrego entre muchos pasillos. A la derecha tres veces; izquierda; derecha dos veces más y nuevamente izquierda. Murmullos crecientes. Luego, luminosamente cegador, el ámbito.  

El Hombre del saco – ¿Jura “decir” lo que vio, sólo lo que vio y nada más que lo que vio?
El Homosexual reprimido – Por su puesto. Fue ese, el de Rojo (Señalando con el dedo índice y dejando ver el barniz saltado) – Corrió por la plaza hasta el sagrario donde esta el dispensador de angustias, lo recuerdo bien porque corrió bruscamente a la señora que allí bebía sin permitirle siquiera una zozobra concluyente. Sólo se apoderó del dispensador y mirando desde la plaza hacia la ventana donde estaba el Hombre de Verde, comenzó con desesperados alaridos a pedir que  no lo acusara, que no bajara el interruptor, que lamentaba haberlo hecho.
El Hombre del saco – ¿Quiere decir qué deliberadamente él se quitó las gafas? (Volviéndose inquisidor hacia el banquillo de los acusados, hincha su nariz en reacción desmesurada)  
El Homosexual reprimido – ¡Sí, absolutamente!
El Hombre de saco  Así lo imaginé.

La tercera puerta a la derecha, cruzando sobre las tres primeras hileras de bancos. Pasillo, derecha tres veces, dos a la izquierda. El ámbito de nuevo.

El Hombre del saco – ¿Jura “contradecir” todo lo que digo, sólo lo que digo y nada más que lo que digo?
El Oficinista Fracasado  No, en absoluto.
El Hombre del saco  ¿No es verdad qué vio a este Hombre  de Rojo (Con la mano derecha  le muestra una fotografía del acusado cuando compró aquel róbalo y posó junto a él fingiendo que lo había pescado) en el momento en que bajaba el interruptor de alarma desde el cuarto trescientos veintitrés?
El Oficinista Fracasado – No, no es así.
El Hombre del saco – ¿Y no es verdad también qué, luego de soltar el interruptor, huyó cobardemente por las escaleras temiendo ser inculpado por lo que hizo?
El Oficinista Fracasado – No, de ninguna forma. Se quedó allí en la ventana, parado, cambiando de color  en su pánico.
El Hombre del saco – ¿Entonces fue en ese momento en el qué, Rojo como estaba, halló el cuerpo de la muchacha en el callejón?
El Oficinista Fracasado  Decididamente no es así. Sólo se quedó mirando por la ventana a la mujerzuela del cuarto ciento diecisiete que arrojaba su indecencia desde el balcón en moneditas de cinco centavos (Se hurga  la fosa derecha de su nariz con el dedo meñique)
El Hombre del saco – Muchas gracias, ha sido de gran ayuda.
El Oficinista Fracasado  No lo creo.

Bancos a un lado y al otro, bancos, bancos, puerta central al fondo. Pasillo, derecha, izquierda, izquierda. Puerta y el ámbito.

El Hombre del saco  ¿Jura “digerir” todo lo que digo, sólo lo que digo y nada más que lo que digo?
El ciudadano cualquiera  Si, juro ( Mientras da el primer bocado)
El Hombre del saco  ¿Podría decirme qué vio el sábado trece pasado a las tres veinticinco de la madrugada? ( Ofreciéndole una bandeja de niñez con chispas de chocolate)
El ciudadano cualquiera  ( Masticando treinta veces antes de tragar) El Hombre de Rojo. Sin duda era él. Miraba el cuerpo de la muchacha, más bien a su alrededor, creo que buscaba sus gafas...
El Hombre del saco – ¡Hajajá¡ Tómese nota del hecho (Acerca autocomplacencia de frambuesa al testigo)
El ciudadano cualquiera  (Un sonoro eructo) Disculpe.
El Hombre del saco – Esta bien, faltaba más. Continúe por favor.
El ciudadano cualquiera – No sé si las encontró, pero salió corriendo hacia la plaza Verde del espanto. La muchacha quedo aguzando el cuchillo con el afilador de sus entrepiernas.
El Hombre del saco – Muchas gracias, puede usted evacuarse. 
El ciudadano cualquiera – (Excretando a su psicólogo) gracias, me he sacado un peso de encima.

Primera puerta junto al jurado. Pasillo a la derecha; derecha; izquierda tres veces, puerta. Equivocado. Vuelta tres veces a la izquierda; derecha; ahora sí, el ámbito.


El Hombre del saco – ¿Jura “amar” a su hijo, sólo a su hijo y nada más que a su hijo?
La madre castradora   Por qué lo haría, es malvado como lo fue su padre (Con su pulgar sangrante por las pinchaduras, refriega un relicario con la foto de la corona de Cristo)
El Hombre del saco – ¿Usted no sospechó lo que haría?
La madre castradora   Cuando se fue de la plaza estaba segura que iría tras esa cualquiera.
El defensor de oficio – Protesto (Mientras se acomodas los lentes)
La madre castradora   No a lugar.
El defensor de oficio – Bueno mamá ( Se acomoda en el asiento para leer sus notas sobre la crucifixión)
El Hombre del saco – Perdón por la interrupción. ¿Me decía?
La madre castradora   Luego de gritarle al Hombre de Verde en la ventana, tomó el cuchillo y fue hacia el callejón. Se veía su maldad, Roja, más de lo usual. Después volvió y me ayudo con la cena. Yo ya no puedo soportar los calores de la cocina.
El hombre del saco – Lamento su transpiración.
La madre castradora – Gracias.
El hombre del saco – Ha sido de gran ayuda.

La puerta. Un intrincado camino y claro esta: el ámbito.


El defensor de oficio – Solicito que el acusado suba al estrado.
El Acusado –  ( De lentes, saco y un brillante color Verde) Voy a subir pero no llevaré de ninguna manera  mi moral con migo.
El defensor de oficio – Esta bien, podemos prescindir de eso. Tómese nota, prueba 54 anulada. Ahora bien. ¿Es cierto qué usted no ha hecho otra cosa que acusarme desde que el proceso comenzó?
El Acusado – En efecto, ha sido usted desde el inicio el instigador del crimen, o por lo menos partícipe primario.
El defensor de oficio – ¿Podría explicarnos eso? (Sonriendo jactancioso en un paneo sugerente hacia el jurado) 
El Acusado – ¿No fue usted el que sugirió que use los lentes? Los que me permitían un modesto equilibrio. Acaso no me dijo:  “Úsalos, ellos te ayudarán a ver la vida a través de mis ojos. Que son ojos más justos y moderados” Pero en ese acto me condenó a un mundo de cristal perpetuo. Luego inherente a esa perpetuidad nació la idea de quitármelos, de lo que pasaría si lo hiciera. La idea creció esperando salir, rondando sagaz. Entonces ella. Ella que merecía ser vista de otra forma, tentó mi espíritu con fantasías, la serpiente se trago a la mujer y me quito los lentes. Primero ocasionalmente, una o dos veces por semanas, luego detesté tenerlos puestos. Necesité verla en la plenitud de su perfidia, en la generosa perversidad de su escote. Así que usted es el culpable. No le cave duda a nadie.
El defensor de oficio – ¡Protesto!
El hombre del saco – No a lugar.
El defensor de oficio – Esta bien, es cierto, ese hombre lo hizo ( Señalando al hombre del saco), me sobornó para cambiar de atuendo. Me prometió una noche de amor con ella.
El acusado – Imbécil, no te das cuenta que era una ramera.
El hombre del saco – No a lugar (Golpeando con su martillo a una Biblia chillona)
El defensor de oficio – Solo buscaba algo de amor.
La Biblia chillona  “El infierno esta lleno de justos enamorados” (Grita de un martillazo)
El hombre del saco – Cuando salí de la plaza y entre  al callejón, el cuchillo respiraba agitadamente, él la observaba como el gato a la rata muerta. Lo incorporé y tomé su ropa, me era estrecha, así que corrí hasta el tercer piso. Al verlo de Rojo por la ventana supe lo que haría, temí por mi vida e hice lo que creí necesario.
La Biblia chillona – “El infierno es infierno por estar lleno de justos injustamente condenados “ ( Grita la Biblia agónicamente luego de un martillazo que termina de reventarle los bordes dorados)
El defensor de oficio – ¿Qué fue lo que hizo con él? (El acusado atraviesa delante de todos con un  hueco en la cabeza)
El hombre del saco – Qué podía hacer sino entregarlo. Era él o yo. ( El jurado se pone de pie, se sienta, se vuelve a parar)
El Acusado – ¡Tengan piedad de él! ¡Mamá! ( Se escucha un disparo fuerte y sonoro)
El hombre del saco – ¿Cómo se declara el Jurado? (El jurado se quita los lentes)
El Jurado – Inocentes, todos somos inocentes (Un homosexual reprimido, el oficinista fracasado, un ciudadano cualquiera, una madre castradora, el defensor de oficio y el hombre del saco llevando sus brazos hacia delante y bajando los pulgares)
El acusado –  Los sentencio a suicidio, argucias legales y costas (Todos los presentes comienzan a chocar las paredes gritando “voy a morir, voy a morir”)

En el pasillo, el eco de los gritos escapa incontenible. El ámbito ahora se encuentra con todas sus puertas cerradas. Las esquinas, las intersecciones y las rectas de los corredores se desvanecen  y paulatinamente se transforman en cúmulos celulares, tejido necrótico y finalmente un pedacito de ceso; luego otro, otro, y así el desparramo completo de un cráneo. Sangre, lentes partidos y una maquina de dignidad rota de un balazo junto a una nota de despedida. 

Nota de despedida:
- ¿Tu puedes creer que lo haya hecho?
- No. En un momento pensé que lo haría pero después no.
- Bueno... Tendremos que limpiar ésto.
- Sí... Como se pega. Por eso compré removedor.
- Yo tomo la pala, tu busca la escoba.




FIN

La monotonía del tiempo



No sé cuando entró por primera vez. En realidad, definir algo como “la primera vez” se hace insustancial dadas las circunstancias. Como sea, ahí viene. Parecerá extraño, pero  hasta he desarrollado cierto sentido premonitorio de su arribo.


- Buenas tardes – Dice un Hombre de sombrero gris y traje, mientras entra al negocio.
- Buenas – Contesta El Empleado con simpatía improvisada – ¿En qué puedo ayudarlo, busca alguna pieza en particular?
- No, sólo necesito un clavo o un tornillo, no sé que sea conveniente para colocar un cuadro.
- Eso dependerá de qué esté hecha su pared y del tamaño del cuadro.
- ¡Oh!, bien, el cuadro no es muy grande, es este mismo que usted ve aquí – Y apoya un cuadro poco más grande que una carpeta sobre el mostrador. Su marco deslucido no se condice con el esplendor del óleo.
- No parece ser muy pesado, de cualquier forma le recomiendo usar tornillos, es el modo más prolijo. Este es el largo adecuado. Y debe introducir este mandril antes de colocar el tornillo.
- Muchas gracias. ¿Cuánto le debo por todo? – El Hombre saca su billetera y recoge su sombrero.
- No se moleste. No es nada.
- Pero por favor, cómo no va a ser nada.
- Insisto – Y en un gesto simpático El Empleado logra convence al Hombre, luego este se marcha con su pequeño paquetito y el cuadro de brillantes óleos. El Empleado se queda en el  mostrador mirando hacia la calle, su muñeca sostiene el mentón mientras sus ojos se pierden en vista infinita.


En ocasiones me fijo en detalles que no había notado. Ahora ciertamente escasean los detalles desatendidos. Entonces, imagino la calle del otro lado de la vidriera, el rostro de los paseantes, cosas como un parquímetro, un envoltorio de chocolate arrastrado por una corriente de agua sucia hacia un resumidero, las medias a cuadros de  una señora mal vestida y las trenzas con cintas de una niña rubia que observa el escaparate junto a su madre. Sí, en ocasiones creo haber vivido esas experiencias, que verdaderamente existe el chocolate, que es algo dulce y que yo he sentido la sensación de dulzura. Que el agua es algo líquido y que yo he comprobado por propia experiencia en donde radica  la diferencia entre los estados de la materia. Que hay más personas que yo y el Hombre del cuadro, que mi memoria y lo que recuerdo del mundo allá afuera son un acumulo de hechos que he vivido y no el simple producto de mi imaginación.


- Buenas tardes  – Un Hombre entra al negocio sacándose el sombrero.  
- Buenas. ¿En qué puedo ayudarlo, busca alguna pieza en particular?
- No, sólo necesito un clavo o un tornillo, no sé bien que sea necesario para colocar un cuadro – El Hombre deposita su sombrero en el mostrador con ánimo distendido.
- Eso dependerá de qué esté hecha su pared y del tamaño del cuadro – Dice El Empleado.
- ¡Oh!, bien, el cuadro no es muy grande, es este mismo que usted ve aquí – La imagen del  cuadro ha cambiado, representa otra escena.
- No parece ser muy pesado, de cualquier forma le recomiendo usar tornillos, es el modo más prolijo. Este es el largo adecuado – El Empleado alza las piezas visiblemente y representa la maniobra –  Y debe introducir este mandril antes de colocar el tornillo.
- Muchas gracias. ¿Cuánto le debo por todo?
- No se moleste. No es nada – Con actitud cordial.
- Pero por favor, cómo no va a ser nada – Una obligada desconfianza de cortesía.
- Insisto – Sin decir una palabra más, el Hombre asiente con la cabeza y levanta su sombrero en gesto de agradecimiento. Luego se marcha.


En realidad lo que siempre me ha intrigado ha sido ese maldito cuadro. Y digo siempre en el sentido relativo que tiene todo. Porque aquí “siempre” se refiere a la espera, a la llegada, al desarrollo y a la
despedida, que  son los momentos de los cuales consta mi existencia. Entonces al pensar en un hecho anterior a “siempre”  imagino algo que he llamado niñez, familia, amigos y un sin fin de conceptos capaces de organizar una realidad bajo parámetros totalmente diferentes a los que obran sobre mí. Lo que me consterna, decía, es ese cuadro, el hecho de que cambie su imagen es un misterio al cual no puedo atender  basado en las reglas ordinarias de la naturaleza, es una fluctuación antinatural de las cosas que he dado en llamar “milagro”. Aparentemente respondería a un hecho no fortuito ajustado a un designio superior, algo así como una inteligencia subyacente en el cosmos; que ama a todas sus criaturas por igual,  a ese ente le he dado el nombre de  “Narrador”.


- Buenas tardes  – Un Hombre gris.  
- Buenas. ¿En qué puedo ayudarlo, busca alguna pieza en particular?
- No, sólo necesito un clavo o un tornillo, no sé bien que sea necesario para colocar un cuadro –  Se acerca al mostrador.  
- Eso dependerá de qué esté hecha su pared y del tamaño del cuadro.
- ¡Oh!, bien, el cuadro no es muy grande, es este mismo que usted ve aquí – Otra escena en el cuadro.
- No parece ser muy pesado, de cualquier forma le recomiendo usar tornillos, es el modo más prolijo. Este es el largo adecuado. Y debe introducir este mandril antes de colocar el tornillo.
- Muchas gracias. ¿Cuánto le debo por todo?
- No se moleste. No es nada.
- Pero por favor, cómo no va a ser nada.
- Insisto – Luego de marcharse el Hombre de sombrero, El Empleado se apoya en el mostrador con su gesto perpetuo.


Cuando pienso en esos conceptos de familia y niñez, gente distinta a mí, en fin, cosas más allá de esta existencia, nace otra idea interesante, un tiempo continuo, un universo donde el tiempo sea movimiento, qué extraordinario, tener conciencia del tiempo porque las cosas ya no ocupan el mismo lugar sino que se han movido, un instante se distingue de otro porque en el primero un objeto ocupa una ubicación y en el instante siguiente otra. Sí, verdaderamente extraordinario. Pero aquí no, todo vuelve a ocupar su posición una y otra vez,  aquí el tiempo es fluidez de  pensamiento, si no hubiera una constante transformación de mis ideas nunca sabría  que el tiempo a transcurrido, ni entendería mi existencia de espera, llegada, desarrollo y despedida.


- Buenas tardes.  
- Buenas. ¿En qué puedo ayudarlo, busca alguna pieza en particular?
- No, sólo necesito un clavo o un tornillo, no sé bien que sea necesario para colocar un cuadro.
- Eso dependerá de qué esté hecha su pared y del tamaño del cuadro.
- ¡Oh!, bien, el cuadro no es muy grande, es este mismo que usted ve aquí.
- No parece ser muy pesado, de cualquier forma le recomiendo usar tornillos, es el modo más prolijo. Este es el largo adecuado. Y debe introducir este mandril antes de colocar el tornillo.
- Muchas gracias. ¿Cuánto le debo por todo?
- No se moleste. No es nada.
- Pero por favor, cómo no va a ser nada.
- Insisto – El Empleado observa al Hombre marcharse.


Siempre pensé que la vida debería ser otra cosa, después me acostumbré al Hombre de traje gris y a su sombrero. Hace mucho dejé de sorprenderme del milagro del cuadro y el tiempo se ha vuelto monótono de ideas repetidas y gastadas.


- Buenas tardes.  
- Buenas. ¿En qué puedo ayudarlo, busca alguna pieza en particular?
- No, sólo necesito un clavo o un tornillo, no sé bien que sea necesario para colocar un cuadro.
- Eso dependerá de qué esté hecha su pared y del tamaño del cuadro.
- ¡Oh!, bien, el cuadro no es muy grande, es este mismo que usted ve aquí.
- No parece ser muy pesado, de cualquier forma le recomiendo usar tornillos, es el modo más prolijo. Este es el largo adecuado. Y debe introducir este mandril antes de colocar el tornillo.
- Muchas gracias. ¿Cuánto le debo por todo?
- No se moleste. No es nada.
- Pero por favor, cómo no va a ser nada.
- Insisto – El Hombre se va.


Por eso yo creo en la vida después de la vida, o lo que es lo mismo, algo que he dado en llamar “muerte”. Es un concepto algo difuso, aplicable a otra realidad pero no pierdo las esperanzas de que el “Narrador” lo haya pensado como alternativa. Aquí no tengo la certeza de la muerte, no hay ninguna referencia que me diga que esto va acabar en algún momento.


- Buenas tardes.  
- Buenas. ¿En qué puedo ayudarlo, busca alguna pieza en particular?
- No, sólo necesito un clavo o un tornillo, no sé bien que sea necesario para colocar un cuadro.
- Eso dependerá de qué esté hecha su pared y del tamaño del cuadro.
- ¡Oh!, bien, el cuadro no es muy grande, es este mismo que usted ve aquí.
- No parece ser muy pesado, de cualquier forma le recomiendo usar tornillos, es el modo más prolijo. Este es el largo adecuado. Y debe introducir este mandril antes de colocar el tornillo.
- Muchas gracias. ¿Cuánto le debo por todo?
- No se moleste. No es nada.
- Pero por favor, cómo no va a ser nada.
- Insisto.


Bueno. Deberé aceptar esta existencia. ¿Y si pensara una y otra vez lo mismo? ¿Caería en una paradoja? Supongo que...


- Disculpe Caballero – Un Hombre de sombrero con un cuadro en la mano.
- ¿Qué fue lo que dijo? – El Empleado se queda estupefacto y cae fulminado. Ha muerto.
- ¡Lo mató! ¡El Narrador al fin lo mató! ¡Él me ama más a mí! – El Hombre de gris se dirige hacia afuera exultante de alegría dejando caer el sombrero y el cuadro – Sabía que había más, más que entrar por esa puerta una, otra, otra y otra vez... – El Hombre de gris baila por las calles, es un día radiante y espléndido, hay una niña con cintas en sus cabellos y alguien poniéndole monedas a un parquímetro.

  

FIN                                       



La alegoría del hombre de letras


La fresa se cierra y la tinta corre en su jugoso escurrir de ideas:
- ¿A quién diablos le interesa lo que esta escrito? Sin embargo ¡Ay de mí! Debo terminar esto a tiempo. ¿Cuánto habrá pasado ya? Sin ventanas, ni días. Y cada vez que creo terminar, nuevamente hay más. Pero rápido, el mensaje ha de comunicarse y todos han de saber.
Se abre la puerta y entra el pequeñísimo hombre con giba. Desde sus dientes pútridos y hediondos, se mueve su reseca y áspera lengua guturando palabras al Imprentero. 
-  Rápido, rápido, no hay tiempo que perder, el mensaje Imprentero, el mensaje debe ser dado.
-  ¿Qué día es hoy Verdugo?
-  Uno glorioso, hoy todos sabrán de ti, del esfuerzo que has hecho para dar tu mensaje Imprentero.
-  No tengo nada que decir Verdugo, déjame ver si es de día o de noche ¿Cuánto ha pasado desde tu última visita Verdugo? ¿Acaso unos días?
-  Se acaba el tiempo, no te entretendré más Imprentero, vuelve a tu labor, el mensaje Imprentero, el mensaje es lo importante.
 Dicho esto, da la vuelta con reptíleos movimiento y se marcha.
- El mensaje, siempre es el mensaje lo que importa, el yugo me persigue, hay que imprimir...
Del montículo inacabable de papeles se graba en tinta de oscuro color:

 “Tras muchísimos años de execrable labor, el Imprentero cesó su tarea de trascendente relevancia”
 
-  ¿Cuánto habrá pasado ya? El mensaje, es importante el mensaje.
Los montones de hojas, que en pilas se agolpan, no acaban nunca. El Imprentero rezonga su suerte de interminables años ¿Mas cuantos son muchísimos años en un infinito motón de hojas? Entonces, se abre la puerta y un pequeño y ruin hombrecito de voz inmunda gruñe la réplica obligada:
-  Rápido, rápido, no hay tiempo que perder, el mensaje Imprentero, el mensaje debe ser dado.
-  Dime Verdugo, que día es hoy, dime... ¿Acaso está próximo el día en que termine mi tarea?
-  Uno glorioso Imprentero, todos se están enterando de tu esfuerzo ¿Qué esperas? Rápido, rápido.
-   Ya no más Verdugo, ya es tiempo lo sé, ya no más, hoy ceso y es todo.
El aborrecible y repulsivo hombrecillo esboza la más ominosa sonrisa y, en galantes modos, le señala la puerta entre abierta.
-  Pero claro, claro Imprentero, quinientos años, mil, un millón, todo, todo el tiempo del infinito en una frase escrita. Marcha, marcha Imprentero, que el mensaje va contigo.
La luz del sol lo ciega un momento, luego el azul cielo, el verde prado y las casillas de su pueblo.
- Al fin en casa, después de tanto el Verdugo me ha librado.
Nada parece haber cambiado, todo cuanto él recuerda  sigue siendo como lo era la última vez. Entonces, su mujer y sus hijos:
-  He terminado mi labor Mujer, el Verdugo me ha dicho que el mensaje esta llegando a destino. Tantos años, tantos y todo igual.
- ¿Qué dices Hombre? ¿Tantos años de qué?
- Tantos años de labor y aún tu aquí.
- Hace un instante te has ido y ahora vuelves con pregones y papeles.
El Hombre retoma el papel de fragante tinta y lee:

“Todo el tiempo del infinito en una frase escrita o ningún tiempo, dice el inmundo hombrecillo. Para ti Imprentero, que escrito bien estas, el tiempo es todo, o el tiempo es nada.  El azul cielo, el verde prado y las casillas de tu pueblo, todo, todo para ti Imprentero, sólo eso será tu mundo por una eternidad impresa. ¿A quién le puede interesar lo escrito? El mensaje, el mensaje ha sido dado, pero hay más, eso es seguro. Debo encontrar al nuevo Imprentero. Rápido, rápido... hoy es un día glorioso”

FIN

El sentido del viaje


Preámbulo

Entiéndase un ambiente ni amplio ni estrecho, el tamaño ideal para albergar a los cinco personajes y, tal vez, a un sexto que por lo pronto no aparecerá. Este ámbito bien podría ser un camarote de tren. ¿El destino de ese tren? Dependiendo de nuestro intérprete, quizás arribemos a un momento decisivo.

Desarrollo

El Sr. Clemente Isaías Levi y su hija Sara a un lado, el joven José Luis Echeverría al otro y, tras la ventanilla, el paisaje cambiante. Es la tarde de cualquier día y el sol se encuentra a pleno. Junto al joven Echeverría, el paquete.
    
Sr. Levi – En primera instancia Sarita, esta situación es por mucho muy incómoda.
Sara  Por qué te preocupas tanto papá, la historia ha comenzado con nosotros, eso debe significar algo.
Sr. Levi – No te confíes hija,  los escritores de hoy en día toman caminos insospechados en sus relatos.
Luis Echeverría – Perdonen que interrumpa... – El Sr. Levi gira su cabeza  sorprendiéndose de la existencia de Luis, entonces, restablece su habitual sonrisa bonachona.
Sr. Levi – Faltaba más muchacho, anda, di lo que tengas que decir, que todo resulta esclarecedor al comenzar un relato.
Luis Echeverría – Es probable que la historia trate  de mí y de su hija, sin entrar en suspicacias,  verá que somos los únicos jóvenes aquí y...
Sara – Atrevido – La muchacha se ruboriza acaloradamente – Deje ya esas insinuaciones. Figúrese que, si fuéramos nosotros los protagonistas, nuestro romance comenzaría con flirteos disimulados de antipatías – Queda callada un momento – ¡Oh padre, esto es terrible! – Abrazando al  Sr. Levi solloza en su hombro.
Sr. Levi – Pero Sarita, no llores hija, siempre sacas conclusiones anticipadas – Palmea su espalda brindándole ánimos – Además, es sabido que faltan otros personajes, dos más al menos, quizás entre ellos esté el principal y todos nosotros seamos secundarios.
Luis Echeverría – Tiene razón su padre – Especulando tímidamente – A lo mejor el protagonista sea un hombre más interesante que yo,  alguno de mayor carácter, de encantos más descollantes.
Sara – Buaahh – Estalla en llanto – Es el personaje sensible, te das cuenta papá, la chica siempre termina con el personaje sensible. Esto es injusto, él no me gusta.
Sr. Levi – Estás  tomando esto en forma infantil, no es posible que un romance empiece así de mal encarado. Además, aunque insinuante, nunca comienza tan explícito – El camarote queda en silencio. Sara seca sus lágrimas y Luis mira por la ventanilla resintiendo el rechazo – Pero bueno, arriba ese ánimo. Mira que descorteces hemos sido Sarita, ni siquiera nos hemos presentado – Sara mira a su padre con incomodidad, luego hacia Luis.
Sara – Sara Levi, encantada – Se esgrime una mueca en su cara.
Luis Echeverría – Luis Echeverría señorita, para servirle.
Sr. Levi – Y yo soy, como te habrás dado cuenta, el padre de Sara. Pero dinos más de ti, muchacho, tal vez atemos algunos cabos.
Luis Echeverría -  Soy estudiante de derecho y, por lo que sé, vuelvo a casa hasta que se reanuden las clases.
Sr. Levi – Yo soy comerciante, vendo telas  y presupongo que este debe ser un viaje de negocios. Sarita me acompaña a todas partes, su madre ya no está con nosotros. ¿Tú sabes por qué, hijita? La verdad es que eso escapa a mi conocimiento.
Sara – Eres viudo, papá. Lo eres desde que yo soy niña – Exclama con fastidio. Entonces se abre la puerta del camarote.

Entra en escena el comisario inspector Leopoldo Argaña y posteriormente, dadas las condiciones en el relato, hará su aparición la señora Etelvina Fernández de Iriarte.

Inspector Argaña – Disculpen la intromisión, pero en esta parte de la historia se supone que yo entre en el camarote –  Con caballerosidad toma su morrión, saluda a la joven  y posteriormente al resto de la concurrencia.
Sr. Levi – No se preocupe caballero, el diálogo no estaba siendo mayormente productivo y la inclusión de un nuevo personaje se volvía inevitable – Con la mirada señala el espacio junto a Luis donde el inspector acaba por mover el paquete y sentarse – Isaías Levi, mucho gusto.
Inspector Argaña – Comisario inspector Leopoldo Argaña, a su servicio.
Sara – ¿Y hay alguna señora Argaña? – Con modesto refinamiento.
Sr. Levi – ¡Pero hija, por Dios! ¿Qué clase de pregunta es ésa? ¿Qué va a pensar el inspector?
Sara – Pero Papá, no voy a resignarme con un estudiante habiendo un comisario inspector en la historia – Musita entre dientes ante la mirada severa de su padre.
Luis Echeverría – Disculpe Inspector, sé que no debe entender muy bien. Parece que la señorita Levi cree ser la protagonista de la historia y eso le presume un romance de por medio.  
Inspector Argaña – Hasta donde sé estoy bien casado y el motivo de mi presencia aquí está muy lejos del galanteo. Se trata de un asunto de extrema seriedad.
Sr. Levi – Hable inspector, que parece ser el momento de un giro insospechado en el relato.
Inspector Argaña – Un asesinato – La cara de los presentes se turba.
Luis Echeverría – Entonces se trata de un cuento de misterio – Reflexiona en voz alta –  En cuyo caso el inspector debe ser el principal personaje involucrado en la resolución del crimen.
Inspector Argaña  Sepa que no ha ocurrido aún crimen alguno.
Sr. Levi – Acaba de decir que se encuentra en el tren a causa de un asesinato, acaso nos esta tomando el pelo.
Inspector Argaña – Claro que no caballero, sepa que soy un agente del orden respetable y dedicado, así que cuide sus modos.
Sr. Levi – Disculpe oficial, no fue mi intención ofenderlo; por favor, aclárenos este enredo por la buena salud de la historia.
Inspector Argaña – Recibimos una nota en la delegación donde se nos advertía de la intención del crimen – Saca un papel de su bolsillo que alcanza al Sr. Levi. Éste lo lee y se lo pasa al joven Echeverría.
Luis Echeverría – Parece que será en este vagón.
Inspector Argaña – Para mayor suspicacia son ustedes los únicos pasajeros del furgón.
Sara – Buaahh – Se abraza a su padre – No quiero morir, papá. Seguro seré yo.  Mi personaje es terrible, a nadie le gustan los personajes inmaduros y frívolos.
Sr. Levi – Hija no eres frívola – Sara mira a su padre – Un poco malcriada tal vez, pero eso no significa que alguien te quiera muerta.
Luis Echeverría – Tiene razón, nadie escribiría una historia para matar a un personaje como el suyo señorita.
Sr. Levi – Bueno basta, nadie va ser asesinado aquí.
Inspector Argaña – En eso coincido con el Sr. Levi, además, no encuentro posible una circunstancia en la que alguno de ustedes desaparezca o sea ultimado frente a los demás – Terminado de decir esto el tren ingresa a un túnel sumiendo el compartimiento en la máxima oscuridad.
Sara - ¡Papá! – Un grito histérico.
Sr. Levi – Aquí estoy hijita, no grites.
Luis Echeverría – ¿Esta bien señorita?
Sara – Suelte degenerado, atrevido. Papá, me quiere asesinar.
Sr. Levi – Cálmate Sarita, no seas dramática. Y usted joven no sea aprovechado.
Luis Echeverría – Sólo trataba de ser cortés. ¿Y el inspector Argaña? – Se escucha la puerta del camarote abrirse violentamente. Sara pega un alarido al tiempo que el tren sale del túnel dejándola expuesta en gesto sobre actuado.
Sr. Levi – El Inspector ha desaparecido. Ya sospechaba que la trama iba a complicarse –  Acto seguido aparece un enorme  sombrero de tul por la puerta.
Etelvina Fernández – Disculpen: ¿Han visto por casualidad al comisario inspector? 
Luis Echeverría – En realidad acaba de desaparecer – La mujer se queda en la entrada en silencio observando la cara desencajada de todos.
Sr. Levi – Clemente Isaías Levi, mucho gusto. Creemos que el inspector ha desaparecido como parte de una trama intrigante para asesinar a alguien en este camarote.
Etelvina Fernández – Oh bien, no esperaba eso... Etelvina Fernández de Iriarte, Etel para abreviar – Extendiendo la mano al Sr. Levi.
Sr. Levi – Mucho gusto Etel, esta es mi hija Sara.
Sara – Encantada, Madame.
Luis Echeverría – Luis Echeverría, señora – Un movimiento de cabeza – Pero pase por favor... Aunque pensándolo bien eso la convertiría en una victima potencial.
Etelvina Fernández – Yo ya he dejado de victimizarme hace tiempo joven – Luis la mira con desconcierto.
Luis Echeverría – Bueno... Sí, lo  que usted diga – La señora Fernández se sienta y con sonriente liviandad mira al resto.
Etelvina Fernández – Así que un asesinato... ¿Eso en qué posición deja a mi personaje?
Sr. Levi – Aparentemente, estimada señora...
Etelvina Fernández – Etel por favor, Etel para abreviar – Interrumpe.
Sr. Levi – Claro, claro. Le decía Etel que esta historia va tomando ribetes indescifrables, ni siquiera hemos podido encontrar un personaje principal. Aunque atento a la trama presente, parecería que todos aquí en alguna medida tendríamos un protagonismo, aunque no significativo, necesario.
Sara – ¿Y por qué está usted aquí Etel? Cualquier dato nos ayudaría.
Etelvina Fernández – En realidad estoy en un viaje de placer con mi esposo.
Luis Echeverría – ¡Su esposo! Pero ya no hay cabida para más personajes.
Etelvina Fernández – Bueno, bueno muchacho, no se exalte. Si le consuela, sabrá  que él ha desaparecido – La señora Iriarte gimotea.
Sara – Será insensible, señor Echeverría –  Se acerca a la señora Fernández y le ofrece su pañuelo – Tome querida no se preocupe, seguramente no es nada.
Etelvina Fernández – Estábamos en el carro comedor con Amador, porque ese es su nombre, luego fue hasta el baño y nunca regresó –  Lloriquea. Luis palmea su hombro en sentido indulgente – Gracias muchacho. Así que pregunté  y me dijeron que había un comisario inspector en este vagón, pero parece que todo el mundo desaparece en el tren.
Inspector Argaña – Disculpen ... – Todos quedan impresionados ante su súbita aparición.
Sr. Levi – ¡Inspector! ¿Dónde se había ido, por Dios?
Inspector Argaña – Fui a revisar el pasillo. Me pareció que era adecuado acentuar la incertidumbre en ese momento de la narración.
Luis Echeverría – De eso no cabe duda. Le presento a la señora Fernández de Iriarte. Su marido ha desaparecido.
Etelvina Fernández – Puede llamarme Etel, para abreviar sabe – Una gentil sonrisa.
Inspector Argaña - ¿Cómo que ha desaparecido? ¿Cuántos personajes son?
Sr Levi – El marido de la señora... De Etel, sólo es un personaje de mención, en realidad no va aparecer.
Etelvina Fernández  – ¡Qué está diciendo! – Etelvina se consterna ante los dichos.
Sara – Cálmese Etel, lo que mi padre quiere decir es que su esposo no va sumarse como personaje activo, sólo es un personaje de mención argumental.
Inspector Argaña – Pues yo ya no entiendo nada – Atina a sentarse y levanta el paquete que está junto al joven Echeverría – Por qué no pone esto en el maletero así no estorba.
Luis Echeverría – Como quiera, pero ese paquete no es mío – El Inspector mira al Sr. Levi.
Sr. Levi – Nuestro tampoco inspector – Luis se detiene con la puertita del maletero a medio abrir.
Luis Echeverría – Al comenzar el relato ya estaba ahí.
Etelvina Fernández – Tal vez sea una pista.
Sr Levi – Podría tratarse sólo de una treta para promover el ritmo de la narración – Sara lo observa.
Sara – A mí me parece un simple paquetito. Por qué no lo abren y ya – Luis suelta la puerta del maletero sin terminar de abrirlo y le da el paquete al inspector.
Luis Echeverría – Ella tiene razón. Ábralo inspector, las cosas no pueden resultar más confusas – El inspector toma el paquete y lo desenvuelve. Es una caja, dentro un sobre cerrado con un mensaje en el dorso.
Etelvina Fernández – ¿Qué dice la carta inspector?
Inspector Argaña – Dice: “ Dentro de este sobre se haya el desenlace de la historia y el nombre de la persona que será asesinada en ella” – El inspector queda observándolos a todo esperando una reacción.
Sr. Levi – Bueno... eso sí complica las cosas – Se queda cavilando un momento – Lo mejor será prevenirnos entonces.
Luis Echeverría – No, no lo abran. Si no lo abren nadie morirá – Se exalta con el descubrimiento de una idea.
Sara – No entiendo que quiere decir.
Luis Echeverría – Si la abrimos y  figura alguno de nuestros nombres tendrá que haber obligadamente un crimen. Pero... – Poniéndose solemne  – Si no lo abrimos, el autor se queda sin el recurso principal para una resolución.
Etelvina Fernández – ¿Y mi esposo? ¿Qué será de él?
Inspector Argaña – Ella tiene razón ¿Qué hay de su marido? ¿Y la nota en la delegación? No tiene el menor sentido.
Luis Echeverría – No lo entienden. Todo es una farsa. Si alguno de nosotros debiera morir, yo no diría esto. Nos han querido despistar del verdadero desenlace. Porque nosotros hemos tenido siempre la posibilidad de decidir.
Sara – Te das cuenta papá...  él es el protagonista – Reniega disidente por el reparto de roles – Lo sospeché, los callados siempre terminan descubriendo los misterios.
Sr. Levi – Pero Sarita, ya déjate de esas tonterías que aquí estamos resolviéndonos entre la vida y la muerte.
Etelvina Fernández  ¿Y mi marido? ¿No va aparecer antes del desenlace?
Luis Echeverría – Lo siento Etel  – Ella sonríe resignada.
Inspector Argaña – Entonces todo ha sido una excusa para traernos hasta esta situación. No habrá crimen alguno.
Luis Echeverría – Yo no dije que no haya crimen, sólo digo que no tenemos que ser los personajes afectados.
Sr. Levi – ¿Qué sugiere que hagamos con el sobre, muchacho?
Luis Echeverría -  Dejarlo allí donde estaba hasta concluir nuestro viaje. Con seguridad ya se debe estar resolviendo forzadamente otro final para la historia, uno que no incluya el asesinato de alguno de nosotros.
Sr. Levi – Entonces... hasta llegar.
Inspector Argaña – O hasta que el muerto aparezca.
Sara – Que cosas dice inspector – Una carcajada general.

Desenlace

Un joven autor redacta el final de una historia sobre un tren que nunca se detendrá, junto a él una caja donde después piensa colocar un sobre. En la hoja donde escribe se lee: “El autor ya ha decidido la paradoja como única alternativa, aunque la condena de sus actores a un viaje eterno, lo condene a él mismo como protagonista. Entonces, un joven autor redacta el final de una historia sobre un tren que nunca se detendrá, junto a él una caja donde después piensa colocar un sobre. Luego, un camarote aún sin pasajeros y un mensaje intrigante. La presencia de un asesino escabulléndose en las sombras y el letargo natural de la víctima resignada al desenlace. El brillo metálico de una navaja y, finalmente, un homicidio.
En un compartimiento de tren, en algún lugar entre sus destinos y el comienzo de un cuento, cinco personajes resuelven un misterio. Próximo a ellos, un maletero, y en él, el sonriente cadáver de un escritor. ”
     



                                                                                                                                                                        FIN