La presente historia involucra a cuatro personas: Manuel
Monteiro, amigo de Marinna de Sousa;
María Viegas, también amiga de Marinna de Sousa y, por último, Baltasar
Santareno, temporal novio de María Viegas.
Esta es la carta que Manuel Monteiro le enviara a Marinna de
Sousa un mes después de su encuentro con Baltasar Santareno en un tren:
“Coimbra,
Noviembre 3 de 1998
Querida Marinna, recuerdo haberte comentado mi estancia en
Benficas, en la residencia de Sofía da Costa, pero ciertos acontecimientos, que
en su momento no creí importantes, toman hoy una derivación extraña.
Instantánea del momento en que
Baltasar Santareno se sienta casualmente junto a Manuel Monteiro.
Un hombre de traje azul, corbata grana y
camisa blanca con rayas levemente cárdenas. Penetra con frescura el ámbito
pesadamente húmedo de un vagón, lleva un ticket en la mano: asiento 23v. Toma el
único asiento libre: 32v.
Recuerdas que luego de aquella desinteligencia entre la arquidiócesis de Mercedes y el área de extensión decidí no quedarme en Évora y aceptar la invitación de Sofía para recorrer Lisboa e ir a la Expo.
Pues bien, aproximadamente por Santarém, un extraño hombre se
sentó junto a mí en el tren. Recuerdo que me dio charla inmediatamente y pasó
la mayor parte del
viaje contándome sobre su buena suerte y como deseaba ponerla
en juego en el casino de Estoril, de su familia, de su niñez y de una rara
dolencia neurológica.
Instantanea del momento en que Manuel
Monteiro observa una obra en el Museo de Arte Contemporáneo de Lisboa.
Perspectiva próxima al cristal de un
cuadro: cientos de puertas, pequeñas puertecillas, ninguna completamente
abierta. Junto al cuadro, un observador minucioso.
Te preguntarás por qué vuelvo sobre este hecho, para ser más
claro, primero termino de contarte que ocurrió en Lisbóa: Por la tarde ya
estaba en el distrito de Belén, habíamos convenimos con Sofía comenzar el turf
por los Jerónimos y luego visitar la Torre. Caminamos por Alfama, hasta que,
resueltamente harto de franquear callejuelas y anticuarios, logré convencer a
Sofía de visitar
el Museo de Arte Contemporáneo. Ahí encontré una obra que me
llamó la atención y que, muy curiosamente, esta mañana hallé en la primera
plana de A República como una obra premiada por la Fundación
Guggenhein de Bilbao.
Instantanea del momento en que Manuel
Monteiro toma conocimiento de la suerte que ha corrido Baltasar Santareno.
Un hombre se coloca sus gafas,
descarta distintas secciones del periódico y acaba por leer la más colorida. Al
mirar otra página inclina su interés hasta donde la nariz choca con la hoja.
Luego se reclina. Es un amanecer prometedor y soleado.
Ahora bien, volviendo a aquel tipo en el tren, no sabes mi sorpresa al voltear la página del periódico y encontrarme con su fotografía Aparentemente, luego de ganar una fortuna en el Casino, se disparó en la cara.
Sé que esto no guarda mayor interés, pero antes de que hagas
supuestos, déjame agregar algo: La obra, la del museo de arte que visité poco
después de conocer aquel hombre, su título era: “Azar”.
Manuel “
Esta es la carta que Marinna de Sousa le enviara a María
Viegas once meses después del encuentro entre Manuel Monteiro y Baltasar Santareno
en un tren:
“Cascais, Setiembre 20 de 1999
Mi estimada María, vez pasada recibí una carta de Manuel, ¿te
acuerdas de él? Lo conocimos en la Universidad,
aquel amigo de Antonio Oliveira que tuvo un affaire con mi prima
Beatriz.
Instantánea de María Viegas antes de
leer la carta que le envía su amiga
Marinna de Sousa.
Una mujer de capelina. Sentada en una
pequeña plaza sostiene el sombrero ante el resoplido del viento. El caserío,
blanco, ligeramente mediterráneo y árabe, se recoge de siesta en los tejados y se dormita despoblado en los
adoquines.
Bien, como sea, en su
carta se refería a un viaje a Lisboa y a
algo que él consideraba un suceso extraño.
Para serte honesta querida,
yo no pude terminar de comprender aquello sino hasta el verano pasado en
el que lo invité a la Riviera.
Le pedí que me platicara con mayor detalle sobre aquel hombre que conociera en
el tren a Santa Apolonia: dijo poseer una afección neurológica que no le
permitía rescatar ordenada y voluntariamente sus recuerdos
Su nombre era Baltasar Santareno, oriundo de Évora, y, en
este punto cito textualmente a Manuel: él no podía elegir qué recordar.
Manuel decidió indagar más en su peculiar acompañante, entonces, le pidió una
explicación al
Instantánea del momento en que
Marinna de Sousa charla con Manuel Monteiro sobre Baltasar Santareno.
Un grupo de personas caminan por el
embarcadero, multitud de veleros y navíos entrelazados en un singular laberinto
de muelles. Algo más rezagada, una pareja absorta en su propia conversación. El
sol se ensaña blanco en los cascos, azul en el mar y rojizo en los cuerpos. Hay
estatismo en los mástiles y hálito salitre en el aire.
hecho de que parecía poseer una memoria completamente funcional. Santareno luego de algunos rodeos, terminó revelando lo que consideraba su mayor secreto, era poseedor de la más extraordinaria buena suerte.
Pues bien querida, para no extenderme en detalles
innecesarios, paso a justificarte la lógica del tipo en los siguientes
términos: Si bien sus recuerdos afloraban en forma caótica, daba la casualidad
que, entre tantas posibilidades de evocación, siempre aparecía el recuerdo
que era conveniente, algo que él
adjudicaba a su extraordinaria buena suerte.
Instantánea del momento en que
Baltasar Santareno revela su situación a Manuel Monteiro.
Junto a la ventanilla entreabierta,
la brisa inflama la camisa rayada de un hombre, él articula expresivamente ante
el rostro de su acompañante. Un follaje verde y luminoso se desliza ondulante
por la ventanilla. Hay animales pastando a la distancia y un sonido recurrente
bajo el tren.
Claro que Manuel no creyó semejante cosa, según me dijo, en ese momento pensó que se
trataba de algún tipo de loco. A
sabiendas de aquel “desorden mental” que poseía, era más propio conjeturar aquella extraña teoría como el más notorio
síntoma de su psicosis.
No obstante el hombre dijo que su suerte le resultaba un
obstáculo insalvable para dilucidar su propio destino, así que la pondría
en juego, le daría a elegir entre dos alternativas
contrapuestas, y cualquier opción que resultara, significaría el fin de su
buena suerte.
Antes que termine la carta, hay otro por menor que me parece
oportuno: Resulta que una vez en Lisboa, Manuel fue con Sofía da Costa al Museo
de Arte Contemporáneo (Por cierto me parece que esos dos han vuelto a tener
algo), una vez allí, se detuvieron en una obra que luego Manuel encontraría en
el mismo periódico en el que figuraba la muerte de Santareno.
Instantánea de la obra “Azar” en el
Museo Guggenhein de Bilbao.
Un museo. La obra expone dos puertas
paralelas separadas por un espejo, una de ellas pintada completamente, la otra
hecha de pequeñas puertecillas, que en la distancia, generan la fantasía de ser
una puerta íntegra, igual a la que está a su lado.
Sé que te estarás preguntando qué hacia singular esa obra,
pues bien, se llamaba “Azar” y resulta que aquel hombre del tren, se disparó
poco después de ganar un dineral en Estoril. Tanto a Manuel como a mí nos
resultó fascinante la historia de Santareno, todo aquello sobre su buena
suerte, más aún cuando fue el mismo azar el que, extrañamente, nos reencontró
con su suicidio y con la obra del Museo.
Así es, mi estimada María, que si te escribo después de tanto
tiempo es porque, a sabiendas de que aún vives en Évora, procures averiguar si
alguien conoce a este Baltasar Santareno, y me brindes alguna jugosa
información sobre él. Sin más por ahora, con afecto.
Marinna de Sousa”
Esta es la carta que Baltasar Santareno le enviara a María
Viegas un día antes del encuentro con Manuel Monteiro en un tren:
“Evora, Octubre 15 de 1998
Amada María, tú sabes que no hay mayor deseo en mí que estar
contigo. No obstante, hay una
Instantánea del momento en que la
suerte abandona Baltasar Santareno.
Un hombre regresa a su cuarto de
hotel. Acaba de alzarse con una exorbitante suma de la mesa de póquer. Sus ojos
expresan un repentino aturdimiento. Sobre la cama del cuarto, un arma.
situación que debo
resolver antes de poder entregarme a tu afección con integra correspondencia.
No pretendo que esta explicación termine de resolver tus dudas, pues, lejos de
hacerlo, estoy seguro generará más cuestionamientos. Soy poseedor de una
extraordinaria buena suerte, tanto por conocerte, tanto por un sin fin de
hechos afortunados que, en última instancia, me han
traído a ti. Tengo el temor insano de que todos estos hechos,
inclusive el de amarte, sólo venga
Instantánea del momento en que
Baltasar Santareno trata sin suerte de ordenar sus recuerdos.
Un hombre con un arma en las manos.
Sabe que hay riesgo en ese objeto, aunque no recuerda dónde radica el peligro y
se esfuerza en deducir aquello que lo ha llevado a esas circunstancias; pasa
por su mente la idea del amor, pero no recuerda qué es el amor. Entonces,
vuelve a él un rostro de mujer. Luego un disparo.
a satisfacer una suerte concedida y no mi propia voluntad. Es
por eso que ahora me embarco en una empresa tendiente a acorralar mi suerte en
un desafío final:
Estoy dispuesto a jugar todo lo que poseo en el azar, de interponerse
la suerte en este hecho, es decir, si gano, estoy dispuesto a terminar con mi
vida. Claro que el morir no es un evento que la buena fortuna pueda permitirme,
así que espero, ante la encrucijada, que esta extraordinaria buena suerte me abandone de una vez por todas.
De no tener noticias mías, entiende que he cumplido con éxito
mí cometido; de otra forma, la suerte me habrá burlado nuevamente.
Baltasar”
Instantánea de Manuel Monteiro
decidiendo si le escribe a su amiga Marinna de Sousa sobre un extraño que
llamado Baltasar Santareno, que conociera un mes atrás en un viaje.
Un hombre de lentes deja su periódico
sobre la mesa, se recuerda parado frente a dos puertas en un Museo, reflejado
en el espejo entre ellas. Él frente a dos puertas y una decisión que tomar,
luego de unos instantes decide escribir una carta: “...Querida Marinna,
recuerdo haberte comentado mi estancia en Benficas...”
FIN
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