Por un pasillo lóbrego entre
muchos pasillos. A la derecha tres veces; izquierda; derecha dos veces más y
nuevamente izquierda. Murmullos crecientes. Luego, luminosamente cegador, el
ámbito.
El Hombre del saco – ¿Jura “decir” lo que vio, sólo lo que vio y nada más que lo que vio?
El Homosexual reprimido – Por su puesto. Fue ese, el de Rojo (Señalando con
el dedo índice y dejando ver el barniz saltado) – Corrió por la plaza hasta el
sagrario donde esta el dispensador de angustias, lo recuerdo bien porque corrió
bruscamente a la señora que allí bebía sin permitirle siquiera una zozobra
concluyente. Sólo se apoderó del dispensador y mirando desde la plaza hacia la
ventana donde estaba el Hombre de Verde, comenzó con desesperados alaridos a pedir
que no lo acusara, que no bajara el
interruptor, que lamentaba haberlo hecho.
El Hombre del saco – ¿Quiere decir qué deliberadamente él se quitó las gafas?
(Volviéndose inquisidor hacia el banquillo de los acusados, hincha su nariz en
reacción desmesurada)
El Homosexual reprimido – ¡Sí, absolutamente!
El Hombre de saco – Así lo imaginé.
La tercera puerta a la derecha, cruzando sobre las tres
primeras hileras de bancos. Pasillo, derecha tres veces, dos a la izquierda. El
ámbito de nuevo.
El Hombre del saco – ¿Jura “contradecir” todo lo que digo, sólo lo que digo y nada más
que lo que digo?
El Oficinista Fracasado – No, en
absoluto.
El Hombre del saco – ¿No es verdad qué vio a este
Hombre de Rojo (Con la mano derecha le muestra una fotografía del acusado cuando
compró aquel róbalo y posó junto a él fingiendo que lo había pescado) en el
momento en que bajaba el interruptor de alarma desde el cuarto trescientos
veintitrés?
El Oficinista Fracasado – No, no es así.
El Hombre del saco – ¿Y no es verdad también qué, luego de soltar el interruptor, huyó
cobardemente por las escaleras temiendo ser inculpado por lo que hizo?
El Oficinista Fracasado – No, de ninguna forma. Se quedó allí en la ventana,
parado, cambiando de color en su pánico.
El Hombre del saco – ¿Entonces fue en ese momento en el qué, Rojo como estaba, halló el
cuerpo de la muchacha en el callejón?
El Oficinista Fracasado –
Decididamente no es así. Sólo se quedó mirando por la ventana a la
mujerzuela del cuarto ciento diecisiete que arrojaba su indecencia desde el
balcón en moneditas de cinco centavos (Se hurga
la fosa derecha de su nariz con el dedo meñique)
El Hombre del saco – Muchas gracias, ha sido de gran ayuda.
El Oficinista Fracasado – No lo creo.
Bancos a un lado y al otro,
bancos, bancos, puerta central al fondo. Pasillo, derecha, izquierda,
izquierda. Puerta y el ámbito.
El Hombre del saco – ¿Jura “digerir” todo lo que
digo, sólo lo que digo y nada más que lo que digo?
El ciudadano cualquiera – Si, juro (
Mientras da el primer bocado)
El Hombre del saco – ¿Podría decirme qué vio el
sábado trece pasado a las tres veinticinco de la madrugada? ( Ofreciéndole una
bandeja de niñez con chispas de chocolate)
El ciudadano cualquiera – ( Masticando
treinta veces antes de tragar) El Hombre de Rojo. Sin duda era él. Miraba el
cuerpo de la muchacha, más bien a su alrededor, creo que buscaba sus gafas...
El Hombre del saco – ¡Hajajá¡ Tómese nota del hecho (Acerca autocomplacencia de frambuesa
al testigo)
El ciudadano cualquiera – (Un sonoro
eructo) Disculpe.
El Hombre del saco – Esta bien, faltaba más. Continúe por favor.
El ciudadano cualquiera – No sé si las encontró, pero salió corriendo hacia
la plaza Verde del espanto. La muchacha quedo aguzando el cuchillo con el
afilador de sus entrepiernas.
El Hombre del saco – Muchas gracias, puede usted evacuarse.
El ciudadano cualquiera – (Excretando a su psicólogo) gracias, me he sacado
un peso de encima.
Primera puerta junto al jurado. Pasillo a la derecha; derecha; izquierda
tres veces, puerta. Equivocado. Vuelta tres veces a la izquierda; derecha;
ahora sí, el ámbito.
El Hombre del saco – ¿Jura “amar” a su hijo, sólo a su hijo y nada más que a su hijo?
La madre castradora – Por qué lo haría, es malvado
como lo fue su padre (Con su pulgar sangrante por las pinchaduras, refriega un
relicario con la foto de la corona de Cristo)
El Hombre del saco – ¿Usted no sospechó lo que haría?
La madre castradora – Cuando se fue de la plaza
estaba segura que iría tras esa cualquiera.
El defensor de oficio – Protesto (Mientras se acomodas los lentes)
La madre castradora – No a lugar.
El defensor de oficio – Bueno mamá ( Se acomoda en el asiento para leer sus
notas sobre la crucifixión)
El Hombre del saco – Perdón por la interrupción. ¿Me decía?
La madre castradora – Luego de gritarle al Hombre de
Verde en la ventana, tomó el cuchillo y fue hacia el callejón. Se veía su
maldad, Roja, más de lo usual. Después volvió y me ayudo con la cena. Yo ya no
puedo soportar los calores de la cocina.
El hombre del saco – Lamento su transpiración.
La madre castradora – Gracias.
El hombre del saco – Ha sido de gran ayuda.
La puerta. Un intrincado camino y claro esta: el ámbito.
El defensor de oficio – Solicito que el acusado suba al estrado.
El Acusado – ( De lentes, saco y un brillante color Verde)
Voy a subir pero no llevaré de ninguna manera
mi moral con migo.
El defensor de oficio – Esta bien, podemos prescindir de eso. Tómese nota,
prueba 54 anulada. Ahora bien. ¿Es cierto qué usted no ha hecho otra cosa que
acusarme desde que el proceso comenzó?
El Acusado – En
efecto, ha sido usted desde el inicio el instigador del crimen, o por lo menos
partícipe primario.
El defensor de oficio – ¿Podría explicarnos eso? (Sonriendo jactancioso en
un paneo sugerente hacia el jurado)
El Acusado – ¿No
fue usted el que sugirió que use los lentes? Los que me permitían un modesto
equilibrio. Acaso no me dijo: “Úsalos,
ellos te ayudarán a ver la vida a través de mis ojos. Que son ojos más justos y
moderados” Pero en ese acto me condenó a un mundo de cristal perpetuo. Luego
inherente a esa perpetuidad nació la idea de quitármelos, de lo que pasaría si
lo hiciera. La idea creció esperando salir, rondando sagaz. Entonces ella. Ella
que merecía ser vista de otra forma, tentó mi espíritu con fantasías, la
serpiente se trago a la mujer y me quito los lentes. Primero ocasionalmente,
una o dos veces por semanas, luego detesté tenerlos puestos. Necesité verla en
la plenitud de su perfidia, en la generosa perversidad de su escote. Así que
usted es el culpable. No le cave duda a nadie.
El defensor de oficio – ¡Protesto!
El hombre del saco – No a lugar.
El defensor de oficio – Esta bien, es cierto, ese hombre lo hizo (
Señalando al hombre del saco), me sobornó para cambiar de atuendo. Me prometió
una noche de amor con ella.
El acusado –
Imbécil, no te das cuenta que era una ramera.
El hombre del saco – No a lugar (Golpeando con su martillo a una Biblia chillona)
El defensor de oficio – Solo buscaba algo de amor.
El hombre del saco – Cuando salí de la plaza y entre
al callejón, el cuchillo respiraba agitadamente, él la observaba como el
gato a la rata muerta. Lo incorporé y tomé su ropa, me era estrecha, así que
corrí hasta el tercer piso. Al verlo de Rojo por la ventana supe lo que haría,
temí por mi vida e hice lo que creí necesario.
El defensor de oficio – ¿Qué fue lo que hizo con él? (El acusado atraviesa
delante de todos con un hueco en la
cabeza)
El hombre del saco – Qué podía hacer sino entregarlo. Era él o yo. ( El jurado se pone de
pie, se sienta, se vuelve a parar)
El Acusado –
¡Tengan piedad de él! ¡Mamá! ( Se escucha un disparo fuerte y sonoro)
El hombre del saco – ¿Cómo se declara el Jurado? (El jurado se quita los lentes)
El Jurado –
Inocentes, todos somos inocentes (Un homosexual reprimido, el oficinista
fracasado, un ciudadano cualquiera, una madre castradora, el defensor de oficio
y el hombre del saco llevando sus brazos hacia delante y bajando los pulgares)
El acusado – Los sentencio a suicidio, argucias legales y
costas (Todos los presentes comienzan a chocar las paredes gritando “voy a
morir, voy a morir”)
En el pasillo, el eco de los
gritos escapa incontenible. El ámbito ahora se encuentra con todas sus puertas
cerradas. Las esquinas, las intersecciones y las rectas de los corredores se
desvanecen y paulatinamente se
transforman en cúmulos celulares, tejido necrótico y finalmente un pedacito de
ceso; luego otro, otro, y así el desparramo completo de un cráneo. Sangre,
lentes partidos y una maquina de dignidad rota de un balazo junto a una nota de
despedida.
Nota de despedida:
- ¿Tu puedes creer que lo haya hecho?
- No. En un momento pensé que lo haría pero después no.
- Bueno... Tendremos que limpiar ésto.
- Sí... Como se pega. Por eso compré removedor.
- Yo tomo la pala, tu busca la escoba.
FIN
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