PRESENTACIÓN

PRESENTACIÓN
Correr hacia el entramado subrepticio y ahondar. Urdir en la caladura profunda de las ventanas, coronar los tejados, conquistar las cornisas y diletar en los asfaltos. Entregar, ceder las vísceras, los sentidos y andar en auto, gemir en auto, chorrear intestinas causas motoras hacia un mismo lecho y no frenar. Mirar los rostros, el trazo, el vértice y desfigurar ubicuas las curvas. Inspirar el hedor, el solitario laberinto, el silencio fétido y los alcantarillados. Brotar en un río de estiércol, ungir de mierda las veredas y descreer de los zapatos. Marchar al cruce aglomerado y repentino de las esquinas y aguardar… amarillo… verde… la noche.

CONTENIDO POR TEMA

Sin Juicio (El exquisito mecanismo de una mente enferma)


Por un pasillo lóbrego entre muchos pasillos. A la derecha tres veces; izquierda; derecha dos veces más y nuevamente izquierda. Murmullos crecientes. Luego, luminosamente cegador, el ámbito.  

El Hombre del saco – ¿Jura “decir” lo que vio, sólo lo que vio y nada más que lo que vio?
El Homosexual reprimido – Por su puesto. Fue ese, el de Rojo (Señalando con el dedo índice y dejando ver el barniz saltado) – Corrió por la plaza hasta el sagrario donde esta el dispensador de angustias, lo recuerdo bien porque corrió bruscamente a la señora que allí bebía sin permitirle siquiera una zozobra concluyente. Sólo se apoderó del dispensador y mirando desde la plaza hacia la ventana donde estaba el Hombre de Verde, comenzó con desesperados alaridos a pedir que  no lo acusara, que no bajara el interruptor, que lamentaba haberlo hecho.
El Hombre del saco – ¿Quiere decir qué deliberadamente él se quitó las gafas? (Volviéndose inquisidor hacia el banquillo de los acusados, hincha su nariz en reacción desmesurada)  
El Homosexual reprimido – ¡Sí, absolutamente!
El Hombre de saco  Así lo imaginé.

La tercera puerta a la derecha, cruzando sobre las tres primeras hileras de bancos. Pasillo, derecha tres veces, dos a la izquierda. El ámbito de nuevo.

El Hombre del saco – ¿Jura “contradecir” todo lo que digo, sólo lo que digo y nada más que lo que digo?
El Oficinista Fracasado  No, en absoluto.
El Hombre del saco  ¿No es verdad qué vio a este Hombre  de Rojo (Con la mano derecha  le muestra una fotografía del acusado cuando compró aquel róbalo y posó junto a él fingiendo que lo había pescado) en el momento en que bajaba el interruptor de alarma desde el cuarto trescientos veintitrés?
El Oficinista Fracasado – No, no es así.
El Hombre del saco – ¿Y no es verdad también qué, luego de soltar el interruptor, huyó cobardemente por las escaleras temiendo ser inculpado por lo que hizo?
El Oficinista Fracasado – No, de ninguna forma. Se quedó allí en la ventana, parado, cambiando de color  en su pánico.
El Hombre del saco – ¿Entonces fue en ese momento en el qué, Rojo como estaba, halló el cuerpo de la muchacha en el callejón?
El Oficinista Fracasado  Decididamente no es así. Sólo se quedó mirando por la ventana a la mujerzuela del cuarto ciento diecisiete que arrojaba su indecencia desde el balcón en moneditas de cinco centavos (Se hurga  la fosa derecha de su nariz con el dedo meñique)
El Hombre del saco – Muchas gracias, ha sido de gran ayuda.
El Oficinista Fracasado  No lo creo.

Bancos a un lado y al otro, bancos, bancos, puerta central al fondo. Pasillo, derecha, izquierda, izquierda. Puerta y el ámbito.

El Hombre del saco  ¿Jura “digerir” todo lo que digo, sólo lo que digo y nada más que lo que digo?
El ciudadano cualquiera  Si, juro ( Mientras da el primer bocado)
El Hombre del saco  ¿Podría decirme qué vio el sábado trece pasado a las tres veinticinco de la madrugada? ( Ofreciéndole una bandeja de niñez con chispas de chocolate)
El ciudadano cualquiera  ( Masticando treinta veces antes de tragar) El Hombre de Rojo. Sin duda era él. Miraba el cuerpo de la muchacha, más bien a su alrededor, creo que buscaba sus gafas...
El Hombre del saco – ¡Hajajá¡ Tómese nota del hecho (Acerca autocomplacencia de frambuesa al testigo)
El ciudadano cualquiera  (Un sonoro eructo) Disculpe.
El Hombre del saco – Esta bien, faltaba más. Continúe por favor.
El ciudadano cualquiera – No sé si las encontró, pero salió corriendo hacia la plaza Verde del espanto. La muchacha quedo aguzando el cuchillo con el afilador de sus entrepiernas.
El Hombre del saco – Muchas gracias, puede usted evacuarse. 
El ciudadano cualquiera – (Excretando a su psicólogo) gracias, me he sacado un peso de encima.

Primera puerta junto al jurado. Pasillo a la derecha; derecha; izquierda tres veces, puerta. Equivocado. Vuelta tres veces a la izquierda; derecha; ahora sí, el ámbito.


El Hombre del saco – ¿Jura “amar” a su hijo, sólo a su hijo y nada más que a su hijo?
La madre castradora   Por qué lo haría, es malvado como lo fue su padre (Con su pulgar sangrante por las pinchaduras, refriega un relicario con la foto de la corona de Cristo)
El Hombre del saco – ¿Usted no sospechó lo que haría?
La madre castradora   Cuando se fue de la plaza estaba segura que iría tras esa cualquiera.
El defensor de oficio – Protesto (Mientras se acomodas los lentes)
La madre castradora   No a lugar.
El defensor de oficio – Bueno mamá ( Se acomoda en el asiento para leer sus notas sobre la crucifixión)
El Hombre del saco – Perdón por la interrupción. ¿Me decía?
La madre castradora   Luego de gritarle al Hombre de Verde en la ventana, tomó el cuchillo y fue hacia el callejón. Se veía su maldad, Roja, más de lo usual. Después volvió y me ayudo con la cena. Yo ya no puedo soportar los calores de la cocina.
El hombre del saco – Lamento su transpiración.
La madre castradora – Gracias.
El hombre del saco – Ha sido de gran ayuda.

La puerta. Un intrincado camino y claro esta: el ámbito.


El defensor de oficio – Solicito que el acusado suba al estrado.
El Acusado –  ( De lentes, saco y un brillante color Verde) Voy a subir pero no llevaré de ninguna manera  mi moral con migo.
El defensor de oficio – Esta bien, podemos prescindir de eso. Tómese nota, prueba 54 anulada. Ahora bien. ¿Es cierto qué usted no ha hecho otra cosa que acusarme desde que el proceso comenzó?
El Acusado – En efecto, ha sido usted desde el inicio el instigador del crimen, o por lo menos partícipe primario.
El defensor de oficio – ¿Podría explicarnos eso? (Sonriendo jactancioso en un paneo sugerente hacia el jurado) 
El Acusado – ¿No fue usted el que sugirió que use los lentes? Los que me permitían un modesto equilibrio. Acaso no me dijo:  “Úsalos, ellos te ayudarán a ver la vida a través de mis ojos. Que son ojos más justos y moderados” Pero en ese acto me condenó a un mundo de cristal perpetuo. Luego inherente a esa perpetuidad nació la idea de quitármelos, de lo que pasaría si lo hiciera. La idea creció esperando salir, rondando sagaz. Entonces ella. Ella que merecía ser vista de otra forma, tentó mi espíritu con fantasías, la serpiente se trago a la mujer y me quito los lentes. Primero ocasionalmente, una o dos veces por semanas, luego detesté tenerlos puestos. Necesité verla en la plenitud de su perfidia, en la generosa perversidad de su escote. Así que usted es el culpable. No le cave duda a nadie.
El defensor de oficio – ¡Protesto!
El hombre del saco – No a lugar.
El defensor de oficio – Esta bien, es cierto, ese hombre lo hizo ( Señalando al hombre del saco), me sobornó para cambiar de atuendo. Me prometió una noche de amor con ella.
El acusado – Imbécil, no te das cuenta que era una ramera.
El hombre del saco – No a lugar (Golpeando con su martillo a una Biblia chillona)
El defensor de oficio – Solo buscaba algo de amor.
La Biblia chillona  “El infierno esta lleno de justos enamorados” (Grita de un martillazo)
El hombre del saco – Cuando salí de la plaza y entre  al callejón, el cuchillo respiraba agitadamente, él la observaba como el gato a la rata muerta. Lo incorporé y tomé su ropa, me era estrecha, así que corrí hasta el tercer piso. Al verlo de Rojo por la ventana supe lo que haría, temí por mi vida e hice lo que creí necesario.
La Biblia chillona – “El infierno es infierno por estar lleno de justos injustamente condenados “ ( Grita la Biblia agónicamente luego de un martillazo que termina de reventarle los bordes dorados)
El defensor de oficio – ¿Qué fue lo que hizo con él? (El acusado atraviesa delante de todos con un  hueco en la cabeza)
El hombre del saco – Qué podía hacer sino entregarlo. Era él o yo. ( El jurado se pone de pie, se sienta, se vuelve a parar)
El Acusado – ¡Tengan piedad de él! ¡Mamá! ( Se escucha un disparo fuerte y sonoro)
El hombre del saco – ¿Cómo se declara el Jurado? (El jurado se quita los lentes)
El Jurado – Inocentes, todos somos inocentes (Un homosexual reprimido, el oficinista fracasado, un ciudadano cualquiera, una madre castradora, el defensor de oficio y el hombre del saco llevando sus brazos hacia delante y bajando los pulgares)
El acusado –  Los sentencio a suicidio, argucias legales y costas (Todos los presentes comienzan a chocar las paredes gritando “voy a morir, voy a morir”)

En el pasillo, el eco de los gritos escapa incontenible. El ámbito ahora se encuentra con todas sus puertas cerradas. Las esquinas, las intersecciones y las rectas de los corredores se desvanecen  y paulatinamente se transforman en cúmulos celulares, tejido necrótico y finalmente un pedacito de ceso; luego otro, otro, y así el desparramo completo de un cráneo. Sangre, lentes partidos y una maquina de dignidad rota de un balazo junto a una nota de despedida. 

Nota de despedida:
- ¿Tu puedes creer que lo haya hecho?
- No. En un momento pensé que lo haría pero después no.
- Bueno... Tendremos que limpiar ésto.
- Sí... Como se pega. Por eso compré removedor.
- Yo tomo la pala, tu busca la escoba.




FIN

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